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miércoles, 23 de mayo de 2012

La sociedad desigual



Si algo hay claro, en lo que está sucediendo ahora mismo en España, es que quienes nos gobiernan están gestionando las cosas de manera que nos llevan derechamente y con prisa hacia un modelo de sociedad cada día más desigual. Quiero decir, por tanto, que el problema más grave, que en este país tenemos planteado, no es un problema económico, sino un problema constitucional.
El Gobierno del PP, que no hizo la vigente Constitución (ya que entonces no existía el PP), se está cargando la Constitución. Y se la está cargando porque está liquidando, a marchas forzadas, uno de los principios constitucionales más básicos, el principio que quedó bien definido en el artículo 14 de nuestra Constitución: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna”.
Ahora bien, un Gobierno que gestiona las cosas de manera que la educación y la sanidad cuentan cada día con menos dinero, para atender a todos los ciudadanos por igual, es un Gobierno que tiene. como proyecto, un modelo de sociedad que será irremediablemente desigual.
Porque será una sociedad en la que los hijos de los ricos irán a buenos colegios y serán cuidados por los mejores médicos y en las mejores clínicas, al tiempo que los hijos de los trabajadores, de los parados y de los pobres, irán a escuelas públicas mal atendidas y peor costeadas; y tendrán que esperar en las listas de espera para que los atiendan en hospitales en los que las urgencias se van a ver cada día más abarrotadas. Todo esto, ya empieza a ser así.
Los gobernantes nos dicen que todo esto es provisional. Pero lo que todos vemos es que las medidas económicas, que están tomando, nos llevan derechamente a un tipo de sociedad en el que habrá una pequeña elite de gente privilegiada y más adinerada de lo que es ahora mismo, al tiempo que el resto de la población vivirá como pueda, educará a sus hijos como pueda y remediará sus males donde pueda y cuando pueda.
Se nos dice que todo esto tiene que ser así porque no hay otra salida de la crisis. Pero, ¿de qué crisis? ¿de la crisis “económica” o de la crisis “ideológica”? No es verdad que no haya más que una salida de la crisis. Porque, si nos atenemos a lo que dicen los entendidos en economía, resulta que hay tantas salidas como economistas. Si es que de verdad hablamos de dinero, hay otras posibles maneras de repartir el dinero. Y lo saben muy bien quienes nos gobiernan. Lo que ocurre es que, hablando de dinero, de lo que realmente se habla es “otro modelo de sociedad”. El modelo de sociedad desigual, el que hemos tenido en España durante siglos, el que se quiere recomponer e imponer. El modelo de los ricos que mandan. Y de la inmensa masa de los pobres y los trabajadores que se someten y hacen lo que les conviene a quienes manejan el capital.
Así las cosas, ¿quién levanta la voz para protestar de lo que está pasando? Protestan los trabajadores, los estudiantes, lo indignados del 15 M... Pero, ya se sabe, los que tienen el mando en sus manos nos recuerdan enseguida que todo lo que nos pasa es culpa de Zapatero y sus gentes. O sea, se nos dice que todo se reduce a un problema económico. Y que la economía, bien gestionada, es la economía cuyo modelo ejemplar es la señora Merkel a la que hay que seguir con la mayor fidelidad posible. Pero nadie se atreve a decir que el problema es mucho más grave. Porque lo que se nos quiere imponer es una sociedad desigual, en la que los ricos estén donde estuvieron siempre. Y los pobres en su sitio, abajo y aguantándose con paciencia y resignación a la suerte que les ha tocado en la vida.
Yo esperaba que la Iglesia - a quien se le supone una autoridad moral importante - levantara su voz alertando a la gente de lo que se nos viene encima. Pero, ya lo estamos viendo: los obispos, a lo suyo: a clamar contra lo mal que están y lo peligrosos que son los homosexuales. O, en otros casos, a decirle a la gente que, si todo el mundo tiene que apretarse el cinturón, los obispos no tienen que apretarse cinturón alguno.
Porque, como acaba de asegurar Mons. Rouco, si se le toca al dinero de la Iglesia, a quien realmente se le toca es al hambre de los pobres. Porque eso es lo que ha venido a decir el cardenal de Madrid cuando le ha dicho al Gobierno y a la opinión pública que tocarle al dinero de la Iglesia es dañar a Caritas o sea, a la pobre gente que pasa hambre. ¿Y no pensó en esto el Sr. Rouco cuando el papa vino a Valencia, y luego a Santiago y Barcelona, y luego a Madrid? ¿Tiene claro el Sr. Rouco la cantidad de millones que todo eso ha costado? ¿Por qué no se gastó todo ese dinero en dar de comer a los que se ven en necesidad extrema desde antes de que el papa viniera a Valencia? Por favor, señor cardenal, no le haga Vd más daño a la Iglesia. Es verdad que daño, le hacemos todos. Vamos a reconocerlo con humildad. Pero hay quienes, por el cargo que ocupan, tienen en todo esto mayor responsabilidad.

La mayoría de nosotros tenemos hábitos de pensamiento, de ideas, de inclinaciones físicas, tan fijos, tan profundamente arraigados, que parece casi imposible abandonarlos. Hemos establecido ciertos modos de comer, insistimos en ciertos alimentos, varias formas de vestir, hábitos físicos, hábitos emocionales y hábitos de pensamiento, etc.; y resulta realmente muy difícil producir un cambio profundo, radical, sin alguna amenaza compulsiva. El cambio que conocemos en siempre muy superficial. Una palabra, un gesto, una idea, un invento, pueden hacer que rompamos un hábito y nos ajustemos a una nueva norma, y creemos que hemos cambiado. Dejar una iglesia e incorporarse a otra, dejar de llamarse francés para llamarse europeo o internacionalista, esa clase de cambio es muy superficial; es mera cuestión de comercio, de intercambio. Un cambio en la manera de vivir, el emprender un viaje alrededor del mundo, el cambiar de ideas, de actitudes, de valores, todo este proceso me parece muy superficial, porque es resultado de alguna fuerza compulsiva, exterior o interior.




Fórmula de abjuración pronunciada por Galileo Galilei. 24-07-2010

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Fórmula de abjuración pronunciada por Galileo Galilei

"... Yo, Galileo Galilei, hijo del difunto Vincenzo Galilei, de Florencia, de setenta años de edad,

siendo citado personalmente a juicio y arrodillado ante vosotros,

los eminentes y reverendos cardenales,

inquisidores generales de la República universal cristiana contra la depravación herética,

teniendo ante mí los Sagrados Evangelios, que toco con mis propias manos,

juro que siempre he creído y, con la ayuda de Dios, creeré en lo futuro, todos los artículos

que la Sagrada Iglesia católica y apostólica de Roma sostiene, enseña y predica.

Por haber recibido orden de este Santo Oficio de abandonar para siempre la opinión falsa que sostiene que el Sol es el centro e inmóvil,

siendo prohibido el mantener, defender o enseñar de ningún modo dicha falsa doctrina;

y puesto que después de habérseme indicado que dicha doctrina es repugnante a la Sagrada Escritura,

he escrito y publicado un libro en el que trato de la misma y condenada doctrina y aduzco razones con gran fuerza en apoyo de la misma, sin dar ninguna solución;

por eso he sido juzgado como sospechoso de herejía, esto es, que yo sostengo y creo que el Sol es el centro del mundo e inmóvil, y que la Tierra no es el centro y es móvil,

deseo apartar de las mentes de vuestras eminencias y de todo católico cristiano esta vehemente sospecha, justamente abrigada contra mí;

por eso, con un corazón sincero y fe verdadera, yo abjuro, maldigo y detesto los errores y herejías mencionados, y en general, todo error y sectarismo contrario a la Sagrada Iglesia;

y juro que nunca más en el porvenir diré o afirmaré nada, verbalmente o por escrito, que pueda dar lugar a una sospecha similar contra mí;

asimismo, si supiese de algún hereje o de alguien sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo Oficio o al inquisidor y ordinario del lugar en que pueda encontrarme.

Juro, además, y prometo que cumpliré y observaré fielmente todas las penitencias que me han sido o me sean impuestas por este Santo Oficio.

Pero si sucediese que yo violase algunas de mis promesas dichas, juramentos y protestas (¡qué Dios no quiera!), me someto a todas las penas y castigos que han sido decretados y promulgados por los sagrados cánones y otras constituciones generales y particulares contra delincuentes de este tipo.

Así, con la ayuda de Dios y de sus Sagrados Evangelios, que toco con mis manos, yo, el antes nombrado Galileo Galilei, he abjurado, prometido y me he ligado a lo antes dicho; y en testimonio de ello, con mi propia mano he suscrito este presente escrito de mi abjuración, que he recitado palabra por palabra.

En Roma, en el convento de la Minera, 22 de junio de 1633; yo, Galileo Galilei, he abjurado conforme se ha dicho antes con mi propia mano...".



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