Ken Wilber
Recogido
en su libro Gracia y coraje, págs.
148 ss.
Es una nueva versión
del texto “Yo soy” (La
visión integral. Introducción al revolucionario enfoque sobre la vida, Dios y
el Universo,
Kairós, Barcelona 2008, pp. 139-142.150).
Este ejercicio pertenece al conjunto de
técnicas utilizadas por los principales místicos del mundo para ir más allá del
cuerpo y de la mente y establecer contacto con el testigo. Ésta, en
concreto, es una técnica de
autoconocimiento cuyo principal divulgador fue Sri Ramana Maharshi.
Tengo
un cuerpo, pero no soy mi cuerpo. Puedo ver y sentir mi cuerpo, pero el verdadero
Observador no es eso que puede ser visto o sentido. Mi cuerpo puede estar
cansado o excitado, enfermo o sano, sentirse ligero o pesado, ansioso o
tranquilo, pero eso no tiene nada que ver con mi ser interno, con el Testigo.
Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo
Tengo
deseos, pero no soy mis deseos. Puedo conocer mis deseos, pero el verdadero
Conocedor no es eso que puede ser conocido. Los deseos van y vienen, flotan en
mi conciencia, pero no afectan a mi ser interno, el Testigo. Tengo deseos, pero
no soy mis deseos.
Tengo
emociones, pero no soy mis emociones. Puedo sentir y experimentar mis emociones,
pero el verdadero Experimentador no es eso que puede percibirse y
experimentarse. Las emociones pasan a través de mí, pero no afectan a mi ser
interno, el Testigo. Tengo emociones, pero no soy mis emociones.
Tengo pensamientos,
pero no soy mis pensamientos. Puedo
ver y conocer mis pensamientos, pero el verdadero Conocedor no es eso que puede
ser conocido. Los pensamientos vienen a mí y luego me abandonan, pero no
afectan a mi ser interno, el Testigo. Tengo pensamientos, pero no soy mis
pensamientos.
Por
lo tanto, afirma tan concretamente como puedas: Soy lo que queda, un puro
centro de conciencia, un Testigo inmóvil que no se ve afectado por todos esos
pensamientos, emociones, sentimientos y sensaciones.
En
la medida en que comenzamos a establecer contacto con el Testigo transpersonal,
comenzamos también a abandonar nuestros problemas, nuestras ansiedades y
nuestras preocupaciones meramente personales. De hecho, ni siquiera intentamos
resolver nuestros problemas y aflicciones. En este nivel, nuestra única
preocupación es la de observar nuestras aflicciones personales, darnos
cuenta de ellas sencilla e inocentemente, sin juzgarlas, sin eludirlas, sin
dramatizarlas ni resistirnos y sin justificarlas. Cuando surge un sentimiento o
sensación, lo presenciamos, nos convertimos en sus testigos. Si surge una
aversión hacia un sentimiento, somos testigos de eso. No hay nada que hacer, pero si surge algo que hacer
simplemente lo presenciamos. Permanecemos en una “conciencia sin elección” en
medio de todas las aflicciones. Esto es sólo posible cuando comprendemos que
ninguna de ellas constituye nuestro verdadero ser, el Testigo. Mientras
permanezcamos apegados a ellas, habrá un esfuerzo, por muy sutil que sea, por
manipularlas. Cada cosa que hacemos para resolver una aflicción no hace más que
reforzar la ilusión de que somos
precisamente esa aflicción. Por lo que el intento de escapar de una aflicción
no hace más que perpetuarla.
Entonces,
en lugar de combatir una aflicción, simplemente asumimos ante ella la inocencia
de una ecuanimidad imparcial. A los místicos y sabios les agrada comparar el
estado de Testigo con el de un espejo, un estado en el cual nos limitamos a
reflejar cualquier sensación o pensamiento que surja, sin aferrarnos a él ni
intentar rechazarlo, de la misma manera que un espejo refleja perfecta e
imparcialmente todo lo que ocurre ante él. Dice Chuang Tzu: “El hombre perfecto
emplea su mente como un espejo que a nada se aferra ni a nada se niega; todo lo
percibe, pero no conserva nada.”
En
la medida en que de hecho te das cuenta de que no eres tus ansiedades, éstas
dejan de amenazarte. Aun cuando la ansiedad esté presente ya no te abruma,
porque ya no estás exclusivamente atado a ella. En el caso más
radical, aceptas absolutamente la ansiedad tal como es y dejas que se
desenvuelva como quiera. No tienes nada que perder ni nada que ganar con su
presencia o su ausencia y, por tanto, te limitas simplemente a observar su
paso, al igual que puedes contemplar el paso de las nubes por el cielo.
Cualquier
emoción, sensación, pensamiento, recuerdo o experiencia que te perturbe es,
simplemente, algo con lo que se ha identificado tu Testigo, y la resolución
definitiva de la perturbación consiste en desidentificarte de ella. Limpiamente
te desprendes de ella con solo darte
cuenta de que nada de eso eres tú. Ya no te acecha a tu espalda, porque la
miras de frente.
Si
perseveras en ese ejercicio, la comprensión que conlleva se agudizará y comenzarás a advertir cambios fundamentales
en tu sensación de “identidad”. Es posible, por ejemplo, que empieces a
intuir una profunda sensación interna de libertad, de ligereza, de soltura y de
estabilidad. Esa “fuente” ese centro del ciclón, mantendrá su lúcida
quietud en medio del furioso vendaval de la ansiedad y el sufrimiento que
pueden arremolinarse en torno a ti. El descubrimiento de ese testigo central
te permitirá zambullirte bajo las tempestuosas olas de la superficie del océano
hasta las seguras y tranquilas profundidades del fondo. Al comienzo quizá
no consigas descender más que un par de metros por debajo del agitado oleaje de
la emoción, pero, con perseverancia, llegarás a ser capaz de sumergirte
profundamente en la serena hondura de tu alma, hasta reposar en el fondo
contemplando, con sereno desapego, toda la confusión que reina en la superficie.
Quizá
podamos abordar la visión fundamental de todos los místicos y sabios –la de que
no hay más que un Ser inmortal, un
Testigo común a todos y a cada uno de nosotros- de otra forma. Tal vez tú,
como la mayoría de la gente, sientas que básicamente eres la misma persona que
ayer. Probablemente también sientas que eres fundamentalmente la misma persona que hace un año. En realidad,
pareces haber sido el mismo yo
esencial durante todo el tiempo que alcanzas a recordar. O digámoslo de otra
forma: no recuerdas un solo momento en el que no fueras tú mismo. En otras
palabras, hay algo en ti que
parece permanecer intacto a pesar del paso del tiempo. Pero seguramente tu
cuerpo no es hoy el mismo que era hace tan solo un año; seguramente tus
sensaciones también son distintas ahora que en el pasado; y, sin duda, tus
recuerdos son muy diferentes a los de hace diez años. Tu mente, tu cuerpo,
tus sentimientos…todo ha cambiado con
el tiempo. Y, sin embargo, algo no ha cambiado y tú lo sabes. Sientes que hay
algo en ti que permanece inalterable. ¿Qué es?
Hace
un año, por estas fechas, tus preocupaciones y tus problemas eran básicamente
diferentes. Tus experiencias inmediatas eran distintas y también lo eran tus
pensamientos. Todo eso se ha desvanecido ya, pero algo, sin embargo, permanece
inalterado.
Demos
un paso más. ¿Qué ocurriría si emigraras a un país totalmente diferente, qué
pasaría si hicieras nuevos amigos, te movieras en un ámbito distinto, con
experiencias y pensamientos nuevos? ¿Acaso no seguirías teniendo la misma
sensación interna fundamental de ser tú mismo? Y, más aún, ¿qué pasaría si
ahora mismo olvidaras los diez, los quince o los veinte primeros años de tu
vida? Seguirías siéndote tú mismo, ¿verdad? Y si ahora mismo te olvidaras
temporalmente de todo lo que sucedió en el pasado y no te sintieras ser más que
esa pura identidad esencial, ¿acaso habría cambiado realmente algo?
En
resumen, hay algo dentro de ti –esa profunda sensación de identidad
esencial-que no es recuerdo, ni pensamiento, ni mente, ni cuerpo, ni
experiencia, ni entorno, ni sentimiento, ni conflictos ni sensaciones ni
estados de ánimo. Porque todo eso ha
cambiado y puede cambiar sin afectar sustancialmente a esa identidad esencial
interna. Eso, que es lo que permanece intacto con el transcurrir del tiempo,
es el Testigo, el Ser transpersonal.
¿Tan
difícil es darse cuenta de que todos los seres conscientes tienen la misma
sensación de identidad interior y de que, por consiguiente, el número total de
Yoes trascendentes no es más que uno?
Ya hemos dicho que, si tuviéramos un cuerpo
diferente, seguiríamos experimentando básicamente la misma identidad esencial…,
pero ¿acaso no es eso mismo lo que sienten todas las personas en este mismo
instante? ¿No es igual de fácil decir que no hay más que una única identidad
esencial, un Ser que asume distintas perspectivas, recuerdos, sentimientos y
sensaciones?
Y
no sólo ahora, sino en todo momento, pasado y futuro. Al igual que
sientes más allá de toda duda que, aunque tu memoria, tu mente y tu cuerpo sean
diferentes, sigues siendo la misma persona que eras hace veinte años (no
el mismo ego o el mismo cuerpo, sino la misma identidad esencial), ¿no
podrías ser también la misma identidad esencial que hace doscientos años?
Si esa sensación de identidad no depende de los recuerdos, ni de la mente ni
del cuerpo, ¿cuál sería entonces la diferencia? En palabras del físico
Schroedinger:
“No es posible
que esta unidad de conocimiento, sentimiento y decisión que llamas tú mismo
haya surgido de la nada en un momento dado y no mucho tiempo atrás; más bien, y
por el contrario, esos conocimientos, sentimientos y elecciones son
esencialmente eternos, inmutables y numéricamente uno en todos los hombres; y
es más, en todos los seres sensibles. Las condiciones de tu existencia son casi
tan antiguas como las rocas. Durante miles de años, los hombres han luchado,
sufrido y engendrado y las mujeres han parido con dolor. Tal vez hace un siglo
otro hombre estuvo sentado en este mismo lugar; tal vez, al igual que tú, miró
con asombro y respeto cómo se extinguía la luz sobre los glaciares. Como tú,
fue engendrado por hombre y nacido de mujer. Al igual que tú, sintió dolores y
alegrías. ¿Acaso era otra persona? ¿No serías tú mismo?”
No
–podría uno aducir-. Ese no era yo, porque no puedo recordar lo que ocurrió
entonces. Pero eso sería cometer el terrible error de identificar nuestra
identidad esencial con los recuerdos, y, como acabamos de ver, ese yo esencial
no es ningún recuerdo, sino el testigo del recuerdo. Además es probable que ni
siquiera puedas recordar lo que ocurrió el mes pasado, pero no por ello dejas
de ser tu identidad esencial. Entonces, ¿qué importa que no puedas recordar lo que ocurrió el siglo
pasado? Sigues siendo esa esencia trascendente, y ese yo esencial –y no hay más
que uno en todo el cosmos- es el mismo Yo que despierta en cada ser recién
nacido, el mismo que miraba con los ojos de nuestros antepasados, el mismo, en
fin, que mirará con los de nuestros descendientes, siempre el mismo y único Yo.
Creemos que hay diferentes yoes
porque cometemos el error de identificar nuestra identidad esencial interna y
transpersonal con los recuerdos, la mente y el cuerpo externos e individuales,
que ciertamente son diferentes.
Pero,
¿qué es, en realidad, ese yo interno? No nació con tu cuerpo ni perecerá cuando
mueras. No reconoce el tiempo ni atiende a sus aflicciones. No tiene color ni
forma, volumen ni tamaño y, sin embargo, contempla la vasta majestad que se
extiende ante tus propios ojos. Ve el sol, las nubes, las estrellas y la luna,
pero no puede ser visto. Oye los pájaros, los grillos y el rumor de la cascada,
pero no puede ser oído. Aprehende la hoja caída, la roca cubierta de musgo y la
rama nudosa, pero no puede ser tocado.
No
es necesario que intentemos ver nuestro ser trascendente, lo cual, por otra
parte, es imposible. ¿Acaso nuestro ojo puede verse a sí mismo? Lo único que
necesitamos es desprendernos de la falsedad de nuestras identificaciones con
los recuerdos, la mente, el cuerpo, las emociones y los pensamientos. Y esta
desidentificación no requiere ningún esfuerzo sobrehumano ni ninguna
comprensión teórica.
Lo único que es necesario comprender es una cosa: todo lo que uno puede ver no es el Observador. Todo lo que sabes
de ti no es tu Ser, el Conocedor, el yo esencial interno que no puede ser
percibido, definido ni convertido en objeto de ningún tipo. Cuando
entras en contacto con tu verdadero Ser, no ves nada, sólo sientes esa
expansión interna, esa libertad, esa liberación, esa apertura, esa ausencia de
imperativos y esa ausencia de objetos que los budistas denominan “vacío”. El verdadero Ser no es más que una apertura, un vacío
transparente y libre de toda identificación con objetos o hechos particulares.
La esclavitud no es sino la identificación errónea del Observador con todas las
cosas que se pueden ver. Y la liberación, por tanto, se inicia con la simple
corrección de ese error.
Se
trata, pues, de una práctica sencilla, aunque ardua, pero cuyo resultado es
nada menos que la liberación en esta vida, porque al Ser trascendente se le
reconoce en todas partes como un rayo de lo Divino. En
principio, nuestro Ser trascendente es uno con la naturaleza de Dios
(cualquiera que sea el modo en que lo concibas) ya que, en última instancia,
sólo es Dios quien mira con nuestros ojos, escucha con nuestros oídos y habla
por nuestra boca. ¿Cómo, si no, pudo afirmar san Clemente que “quien se conoce
a sí mismo conoce a Dios”?”
Este
es, pues, el mensaje de los santos, los sabios y los místicos, ya sean
amerindios, taoístas, hindúes, musulmanes, budistas o cristianos: en el fondo
de tu alma está el alma de la humanidad misma, un alma divina y trascendente
que conduce de la esclavitud a la liberación, del sueño al despertar, del
tiempo a la eternidad, y de la muerte a la inmortalidad.”
Enlace relacionado : http://www.psico-in.com.ar/wilber.htm
http://www.integralworld.net/es/beck_es.html
ENFERMEDAD DE DEFICIENCIA DE LA ENZIMA RNASE
Declaración de Wilber acerca de su estado de salud
En el siguiente enlace : http://www.integralworld.net/es/redd-es.html
Espero y deseo que K. Wilber sepa y sienta que estoy con él y le envio amor
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