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sábado, 3 de noviembre de 2012

EJERCICIO DEL TESTIGO


Ken Wilber
Recogido en su libro Gracia y coraje, págs. 148 ss.
Es una nueva versión del texto “Yo soy” (La visión integral. Introducción al revolucionario enfoque sobre la vida, Dios y el Universo, Kairós, Barcelona 2008, pp. 139-142.150).



 Este ejercicio pertenece al conjunto de técnicas utilizadas por los principales místicos del mundo para ir más allá del cuerpo y de la mente y establecer contacto con el testigo. Ésta, en concreto,  es una técnica de autoconocimiento cuyo principal divulgador fue Sri Ramana Maharshi.

Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo. Puedo ver y sentir mi cuerpo, pero el verdadero Observador no es eso que puede ser visto o sentido. Mi cuerpo puede estar cansado o excitado, enfermo o sano, sentirse ligero o pesado, ansioso o tranquilo, pero eso no tiene nada que ver con mi ser interno, con el Testigo. Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo
Tengo deseos, pero no soy mis deseos. Puedo conocer mis deseos, pero el verdadero Conocedor no es eso que puede ser conocido. Los deseos van y vienen, flotan en mi conciencia, pero no afectan a mi ser interno, el Testigo. Tengo deseos, pero no soy mis deseos.
Tengo emociones, pero no soy mis emociones. Puedo sentir y experimentar mis emociones, pero el verdadero Experimentador no es eso que puede percibirse y experimentarse. Las emociones pasan a través de mí, pero no afectan a mi ser interno, el Testigo. Tengo emociones, pero no soy mis emociones.
 Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos. Puedo ver y conocer mis pensamientos, pero el verdadero Conocedor no es eso que puede ser conocido. Los pensamientos vienen a mí y luego me abandonan, pero no afectan a mi ser interno, el Testigo. Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos.
Por lo tanto, afirma tan concretamente como puedas: Soy lo que queda, un puro centro de conciencia, un Testigo inmóvil que no se ve afectado por todos esos pensamientos, emociones, sentimientos y sensaciones.

En la medida en que comenzamos a establecer contacto con el Testigo transpersonal, comenzamos también a abandonar nuestros problemas, nuestras ansiedades y nuestras preocupaciones meramente personales. De hecho, ni siquiera intentamos resolver nuestros problemas y aflicciones. En este nivel, nuestra única preocupación es la de observar  nuestras aflicciones personales, darnos cuenta de ellas sencilla e inocentemente, sin juzgarlas, sin eludirlas, sin dramatizarlas ni resistirnos y sin justificarlas. Cuando surge un sentimiento o sensación, lo presenciamos, nos convertimos en sus testigos. Si surge una aversión hacia un sentimiento, somos testigos de eso. No hay nada que hacer, pero si surge algo que hacer simplemente lo presenciamos. Permanecemos en una “conciencia sin elección” en medio de todas las aflicciones. Esto es sólo posible cuando comprendemos que ninguna de ellas constituye nuestro verdadero ser, el Testigo. Mientras permanezcamos apegados a ellas, habrá un esfuerzo, por muy sutil que sea, por manipularlas. Cada cosa que hacemos para resolver una aflicción no hace más que reforzar la ilusión de que somos precisamente esa aflicción. Por lo que el intento de escapar de una aflicción no hace más que perpetuarla.
Entonces, en lugar de combatir una aflicción, simplemente asumimos ante ella la inocencia de una ecuanimidad imparcial. A los místicos y sabios les agrada comparar el estado de Testigo con el de un espejo, un estado en el cual nos limitamos a reflejar cualquier sensación o pensamiento que surja, sin aferrarnos a él ni intentar rechazarlo, de la misma manera que un espejo refleja perfecta e imparcialmente todo lo que ocurre ante él. Dice Chuang Tzu: “El hombre perfecto emplea su mente como un espejo que a nada se aferra ni a nada se niega; todo lo percibe, pero no conserva nada.”

En la medida en que de hecho te das cuenta de que no eres tus ansiedades, éstas dejan de amenazarte. Aun cuando la ansiedad esté presente ya no te abruma, porque ya no estás exclusivamente atado a ella. En el caso más radical, aceptas absolutamente la ansiedad tal como es y dejas que se desenvuelva como quiera. No tienes nada que perder ni nada que ganar con su presencia o su ausencia y, por tanto, te limitas simplemente a observar su paso, al igual que puedes contemplar el paso de las  nubes por el cielo.
Cualquier emoción, sensación, pensamiento, recuerdo o experiencia que te perturbe es, simplemente, algo con lo que se ha identificado tu Testigo, y la resolución definitiva de la perturbación consiste en desidentificarte de ella. Limpiamente te desprendes de ella  con solo darte cuenta de que nada de eso eres tú. Ya no te acecha a tu espalda, porque la miras de frente.

Si perseveras en ese ejercicio, la comprensión que conlleva se agudizará  y comenzarás a advertir cambios fundamentales en tu sensación de “identidad”. Es posible, por ejemplo, que empieces a intuir una profunda sensación interna de libertad, de ligereza, de soltura y de estabilidad. Esa “fuente” ese centro del ciclón, mantendrá su lúcida quietud en medio del furioso vendaval de la ansiedad y el sufrimiento que pueden arremolinarse en torno a ti. El descubrimiento de ese testigo central te permitirá zambullirte bajo las tempestuosas olas de la superficie del océano hasta las seguras y tranquilas profundidades del fondo. Al comienzo quizá no consigas descender más que un par de metros por debajo del agitado oleaje de la emoción, pero, con perseverancia, llegarás a ser capaz de sumergirte profundamente en la serena hondura de tu alma, hasta reposar en el fondo contemplando, con sereno desapego, toda la confusión que reina en la superficie.

Quizá podamos abordar la visión fundamental de todos los místicos y sabios –la de que no hay más que un Ser inmortal, un Testigo común a todos y a cada uno de nosotros- de otra forma. Tal vez tú, como la mayoría de la gente, sientas que básicamente eres la misma persona que ayer. Probablemente también sientas que eres fundamentalmente la misma persona que hace un año. En realidad, pareces haber sido el mismo yo esencial durante todo el tiempo que alcanzas a recordar. O digámoslo de otra forma: no recuerdas un solo momento en el que no fueras tú mismo. En otras palabras, hay algo en ti que parece permanecer intacto a pesar del paso del tiempo. Pero seguramente tu cuerpo no es hoy el mismo que era hace tan solo un año; seguramente tus sensaciones también son distintas ahora que en el pasado; y, sin duda, tus recuerdos son muy diferentes a los de hace diez años. Tu mente, tu cuerpo, tus sentimientos…todo ha cambiado con el tiempo. Y, sin embargo, algo no ha cambiado y tú lo sabes. Sientes que hay algo en ti que permanece inalterable. ¿Qué es?
Hace un año, por estas fechas, tus preocupaciones y tus problemas eran básicamente diferentes. Tus experiencias inmediatas eran distintas y también lo eran tus pensamientos. Todo eso se ha desvanecido ya, pero algo, sin embargo, permanece inalterado.
Demos un paso más. ¿Qué ocurriría si emigraras a un país totalmente diferente, qué pasaría si hicieras nuevos amigos, te movieras en un ámbito distinto, con experiencias y pensamientos nuevos? ¿Acaso no seguirías teniendo la misma sensación interna fundamental de ser tú mismo? Y, más aún, ¿qué pasaría si ahora mismo olvidaras los diez, los quince o los veinte primeros años de tu vida? Seguirías siéndote tú mismo, ¿verdad? Y si ahora mismo te olvidaras temporalmente de todo lo que sucedió en el pasado y no te sintieras ser más que esa pura identidad esencial, ¿acaso habría cambiado realmente algo?
En resumen, hay algo dentro de ti –esa profunda sensación de identidad esencial-que no es recuerdo, ni pensamiento, ni mente, ni cuerpo, ni experiencia, ni entorno, ni sentimiento, ni conflictos ni sensaciones ni estados de ánimo. Porque todo eso ha cambiado y puede cambiar sin afectar sustancialmente a esa identidad esencial interna. Eso, que es lo que permanece intacto con el transcurrir del tiempo, es el Testigo, el Ser transpersonal.

¿Tan difícil es darse cuenta de que todos los seres conscientes tienen la misma sensación de identidad interior y de que, por consiguiente, el número total de Yoes trascendentes no es más que uno?
 Ya hemos dicho que, si tuviéramos un cuerpo diferente, seguiríamos experimentando básicamente la misma identidad esencial…, pero ¿acaso no es eso mismo lo que sienten todas las personas en este mismo instante? ¿No es igual de fácil decir que no hay más que una única identidad esencial, un Ser que asume distintas perspectivas, recuerdos, sentimientos y sensaciones?
Y no sólo ahora, sino en todo momento, pasado y futuro. Al igual que sientes más allá de toda duda que, aunque tu memoria, tu mente y tu cuerpo sean diferentes, sigues siendo la misma persona que eras hace veinte años (no el mismo ego o el mismo cuerpo, sino la misma identidad esencial), ¿no podrías ser también la misma identidad esencial que hace doscientos años? Si esa sensación de identidad no depende de los recuerdos, ni de la mente ni del cuerpo, ¿cuál sería entonces la diferencia? En palabras del físico Schroedinger:

“No es posible que esta unidad de conocimiento, sentimiento y decisión que llamas tú mismo haya surgido de la nada en un momento dado y no mucho tiempo atrás; más bien, y por el contrario, esos conocimientos, sentimientos y elecciones son esencialmente eternos, inmutables y numéricamente uno en todos los hombres; y es más, en todos los seres sensibles. Las condiciones de tu existencia son casi tan antiguas como las rocas. Durante miles de años, los hombres han luchado, sufrido y engendrado y las mujeres han parido con dolor. Tal vez hace un siglo otro hombre estuvo sentado en este mismo lugar; tal vez, al igual que tú, miró con asombro y respeto cómo se extinguía la luz sobre los glaciares. Como tú, fue engendrado por hombre y nacido de mujer. Al igual que tú, sintió dolores y alegrías. ¿Acaso era otra persona? ¿No serías tú mismo?”

No –podría uno aducir-. Ese no era yo, porque no puedo recordar lo que ocurrió entonces. Pero eso sería cometer el terrible error de identificar nuestra identidad esencial con los recuerdos, y, como acabamos de ver, ese yo esencial no es ningún recuerdo, sino el testigo del recuerdo. Además es probable que ni siquiera puedas recordar lo que ocurrió el mes pasado, pero no por ello dejas de ser tu identidad esencial. Entonces, ¿qué importa  que no puedas recordar lo que ocurrió el siglo pasado? Sigues siendo esa esencia trascendente, y ese yo esencial –y no hay más que uno en todo el cosmos- es el mismo Yo que despierta en cada ser recién nacido, el mismo que miraba con los ojos de nuestros antepasados, el mismo, en fin, que mirará con los de nuestros descendientes, siempre el mismo y único Yo. Creemos que hay diferentes yoes porque cometemos el error de identificar nuestra identidad esencial interna y transpersonal con los recuerdos, la mente y el cuerpo externos e individuales, que ciertamente son diferentes.
Pero, ¿qué es, en realidad, ese yo interno? No nació con tu cuerpo ni perecerá cuando mueras. No reconoce el tiempo ni atiende a sus aflicciones. No tiene color ni forma, volumen ni tamaño y, sin embargo, contempla la vasta majestad que se extiende ante tus propios ojos. Ve el sol, las nubes, las estrellas y la luna, pero no puede ser visto. Oye los pájaros, los grillos y el rumor de la cascada, pero no puede ser oído. Aprehende la hoja caída, la roca cubierta de musgo y la rama nudosa, pero no puede ser tocado.

No es necesario que intentemos ver nuestro ser trascendente, lo cual, por otra parte, es imposible. ¿Acaso nuestro ojo puede verse a sí mismo? Lo único que necesitamos es desprendernos de la falsedad de nuestras identificaciones con los recuerdos, la mente, el cuerpo, las emociones y los pensamientos. Y esta desidentificación no requiere ningún esfuerzo sobrehumano ni ninguna comprensión teórica. Lo único que es necesario comprender es una cosa: todo lo que uno puede ver no es el Observador. Todo lo que sabes de ti no es tu Ser, el Conocedor, el yo esencial interno que no puede ser percibido, definido ni convertido en objeto de ningún tipo. Cuando entras en contacto con tu verdadero Ser, no ves nada, sólo sientes esa expansión interna, esa libertad, esa liberación, esa apertura, esa ausencia de imperativos y esa ausencia de objetos que los budistas denominan “vacío”. El verdadero Ser no es más que una apertura, un vacío transparente y libre de toda identificación con objetos o hechos particulares. La esclavitud no es sino la identificación errónea del Observador con todas las cosas que se pueden ver. Y la liberación, por tanto, se inicia con la simple corrección de ese error.
Se trata, pues, de una práctica sencilla, aunque ardua, pero cuyo resultado es nada menos que la liberación en esta vida, porque al Ser trascendente se le reconoce en todas partes como un rayo de lo Divino. En principio, nuestro Ser trascendente es uno con la naturaleza de Dios (cualquiera que sea el modo en que lo concibas) ya que, en última instancia, sólo es Dios quien mira con nuestros ojos, escucha con nuestros oídos y habla por nuestra boca. ¿Cómo, si no, pudo afirmar san Clemente que “quien se conoce a sí mismo conoce a Dios”?”

Este es, pues, el mensaje de los santos, los sabios y los místicos, ya sean amerindios, taoístas, hindúes, musulmanes, budistas o cristianos: en el fondo de tu alma está el alma de la humanidad misma, un alma divina y trascendente que conduce de la esclavitud a la liberación, del sueño al despertar, del tiempo a la eternidad, y de la muerte a la inmortalidad.”

Enlace relacionado : http://www.psico-in.com.ar/wilber.htm

http://www.integralworld.net/es/beck_es.html


ENFERMEDAD DE DEFICIENCIA DE LA ENZIMA RNASE

Declaración de Wilber acerca de su estado de salud


Espero y deseo que K. Wilber sepa y sienta  que estoy con él y le envio amor

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